FRÍA AGUILAR. ETERNAS EN LA VIDA DE OTROS

La creatividad en el corazón femenino ha sido la prisionera eterna de la evolución de la sociedad. Mujeres atrapadas en las camisas de fuerza de los designios de hombres divinizados por la divinidad masculina, madres que quisieron ser amantes, artistas que buscaron en la locura el camino para evitar su invisibilidad, muerte elegida como camino para la eternalización en territorios emocionales que no pudieron compartir en su experiencia vital. José María Fuentes-Pila

martes, 5 de noviembre de 2013

MIYO VESTRINI




MIYO VESTRINI  1938-1991 VENEZUELA



Toda su vida Miyó estuvo preparando la escena final de su existencia. El cuerpo vestido y calzado reposaba en la bañera –dice su biógrafa–. El agua la rebasaba. Flotando hallaron una estampa de San Judas Tadeo. En el tocadiscos un long play de Rocío Durcal. Afuera, encima de la mesa, estaban dos notas. Un borrador del aviso que le había dejado a su hijo Ernesto y otra en la que se podía leer la última plegaria de Miyó: “Señorahora ya no molestaré más, los dejaré ser felices” Esta escena final muestra el último gasto de Miyó. El agua que rebasa la bañera, la sobredosis, su respiración que se interrumpe, por la droga, por el ahogo del agua, por ambas causas…


Fue una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa y casi explosiva, así diseñó el escenario de su muerte.


“Zanahoria rallada”


El primer suicidio es único.

Siempre te preguntas si fue un accidente

o un firme propósito de morir.

Te pasan un tubo por la nariz,

con fuerza,

para que duela

y aprendas a no perturbar al prójimo.

Cuando comienzas a explicar que

la-muerte-en realidad-te-parecía-la-única-salida

o que lo haces

para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,

ya te han dado la espalda

y están mirando el tubo transparente

por el que desfila tu última cena.

Apuestan si son fideos o arroz chino.

El médico de guardia se muestra intransigente:

es zanahoria rallada.

Asco, dice la enfermera bembona.

Me despacharon furiosos,

porque ninguno ganó la apuesta.

El suero bajó aprisa

y en diez minutos,

ya estaba de vuelta a casa.

No hubo espacio donde llorar,

ni tiempo para sentir frío y temor.

La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.

Cosas de niños,

dicen,

como si los niños se suicidaran a diario.

Busqué a Hammett en la página precisa:

nunca diré una palabra sobre tu vida

en ningún libro,

si puedo evitarlo.


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