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MIYO VESTRINI 1938-1991 VENEZUELA
Toda su vida
Miyó estuvo preparando la escena final de su existencia. El cuerpo vestido y
calzado reposaba en la bañera –dice su biógrafa–. El agua la rebasaba. Flotando
hallaron una estampa de San Judas Tadeo. En el tocadiscos un long play de Rocío
Durcal. Afuera, encima de la mesa, estaban dos notas. Un borrador del aviso que
le había dejado a su hijo Ernesto y otra en la que se podía leer la última
plegaria de Miyó: “Señorahora ya no molestaré más, los dejaré ser felices” Esta
escena final muestra el último gasto de Miyó. El agua que rebasa la bañera, la
sobredosis, su respiración que se interrumpe, por la droga, por el ahogo del
agua, por ambas causas…
Fue una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa
y casi explosiva, así diseñó el escenario de su muerte.
“Zanahoria rallada”
El primer
suicidio es único.
Siempre
te preguntas si fue un accidente
o un
firme propósito de morir.
Te pasan
un tubo por la nariz,
con
fuerza,
para que
duela
y
aprendas a no perturbar al prójimo.
Cuando
comienzas a explicar que
la-muerte-en
realidad-te-parecía-la-única-salida
o que lo
haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han
dado la espalda
y están
mirando el tubo transparente
por el
que desfila tu última cena.
Apuestan
si son fideos o arroz chino.
El médico
de guardia se muestra intransigente:
es
zanahoria rallada.
Asco,
dice la enfermera bembona.
Me
despacharon furiosos,
porque
ninguno ganó la apuesta.
El suero
bajó aprisa
y en diez
minutos,
ya estaba
de vuelta a casa.
No hubo
espacio donde llorar,
ni tiempo
para sentir frío y temor.
La gente
no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de
niños,
dicen,
como si
los niños se suicidaran a diario.
Busqué a
Hammett en la página precisa:
nunca
diré una palabra sobre tu vida
en ningún
libro,
si puedo
evitarlo.
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